Son conocidas como las walés (mujeres
que amamantan). Pertenecen a la tribu pigmea de los ekonda. Bajo la sola
compañía de otras féminas y cubiertas a diario por un polvo rojo que baña todo
su cuerpo, son honradas como dignas madres de un primogénito, quien, sin tener
en cuenta su sexo, pasará a ser cabeza de una familia o de un clan. Son
liberadas de las tareas domésticas y del campo para dedicarse con primor al
cuidado del recién nacido, pero no tienen permitido abandonar la casa de sus
padres durante los primeros seis meses de su maternidad. Después quedan al
cuidado de las otras mujeres del poblado y viven en semirreclusión. Durante esa
estancia, que puede durar años, tienen estrictamente prohibido ver a sus
maridos. Tampoco les permiten comer en presencia de otros.
Su particular cautiverio durará
hasta que su familia o marido consigan almacenar una docena de objetos valiosos
para la tribu. Es entonces cuando se celebra una ceremonia de danzas y
canciones con las que ponen fin a su aislamiento. Entre ellas existe una
especie de competición por ver quién compondrá el mejor estribillo. Unas letras
que suelen tratar con dolor y humor sus vivencias. Inspirado por el ritual, y
consciente de la riqueza de las tradiciones realicé este tributo a la maternidad,
a la fertilidad y a la feminidad. Con la colaboración de algunos miembros de la
tribu, construí escenografías que luego fotografié. Cada walé se
convirtió en protagonista de su propia historia, más allá del cliché estereotipado y
pesimista que con frecuencia se ofrece del continente.
Fotos y texto:
Patrick Willocq
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