No lo he pensado, va surgiendo, como los días que poco a poco se alargan o se acortan, más propio en este caso. La vejez (la adultez) es sobre todo límite. Es una cancela. Te va cerrando, te pone lindes, te impide movimientos que antes eran ligeros, ágiles y ahora pesan o caen o simplemente se olvidan. Se dice – o se dijo- que puede estar llena de sabiduría, equilibrio y natural templanza. Pero se colma, sobre todo de melancolía y vacíos. La vejez es un arsenal de huecos y trampas. El muy cruel y lúcido dijo: es lo que le sobra a la vida… Es un imperio yermo (casi yermo, bien) donde uno lucha por mantener y verdecer un jardín. El viento es solano, ábrego el agua y la añoranza solo innumerables lechos revueltos de amanecer. Antes, todo futuro era posible. Ahora cada día ves el horizonte, su raya puntual, fidelísima, y entiendes que nada hay detrás. Que nada queda. Casi se gastó el vino y esto no es Caná. En el declive sólo son hermosos los fantasmas y los sueños, o sea, lo real. El joven deportista bajo un agua imposible. Mojado el vello. Y ellos que retornan con una dulce amabilidad. Siento tus manos delicadas y largas como madrépora y marfil, tus manos que tanto me quisieron. Pasa a mi lado con tu imagen benigna y noble de los últimos años, y tú que eras toda la delicadeza, comentas aireando el antiguo bastón: ¡Qué harta estoy de vejez! Has pasado a mi lado en el atardecer y has sonreído. Hay amor en tu mirada. Siempre estáis muy lejos en la cercanía. Intocables siempre y acariciadores. El mundo se desvanece como la vida. Vuelves a sonreír. Nunca supimos. Nunca llegamos a tiempo. El horizonte ya es tarde. La tapia y el escalón también. La melancolía voraz no es prudente. Sé generoso con todos. No condenes. Ama y haz lo que quieras. Desea con amor. Si puedes, sé feliz. La vejez no es otra cosa que la nostalgia y la corrección y el darle vueltas y vueltas a lo que fue o no fue la juventud. Lo solo. Lo único, casi.
Foto:
Luis Perez Minguez
Luis Antonio de Villena
La prosa del mundo
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