Lo primero que me contó el ingeniero Hiram Solar, al que todos llamábamos Harry por su extraordinario parecido con el cantante norteamericano Harry Belafonte (tanta era su similitud física que podrían haber pasado por gemelos), es que nunca antes de ese momento de la huida había visto La Habana desde el mar, aunque inmediatamente la reconociera en la oscuridad de la noche.
Antes de continuar hablando, se pasó con suavidad la palma de la mano por la cara para limpiarse el sudor que le mojaba desde la frente la piel brillante de su rostro. era uno de los gestos genuinos de Hiram Solar, un reflejo para coger resuello y ganar un breve espacio de silencio en la tensión del relato. Tras desviar por un instante su mirada hacia la calle desde el fondp del Sloppy Joe's, siguió contándome su escapada.
Jamás había tenido Harry Solar ocasión de regresar a la Isla en barco, porque siempre lo había hecho por avión, directamente desde Moscú, desde Madrid, alguna vez desde París o Terranova y por último desde Luanda, en convoy aéreo bajo supervisión militar. Tampoco tuvo nunca el privilegio de una excursión en yate, un paseo por el mar a pocas millas por delante de La Habana, lujo que se había destinado durante todos esos años exclusivamente a ciertos invitados oficiales, a determinados personajes del gobierno y al turismo internacional, que volvía a la Isla treinta y tantos alos después de que el castrismo lo hubiera condenado como una práctica sacrílega para la dignidad del país en sus relaciones con el mundo.
Foto:
facebook.com/carloscano
Texto:
J.J. Armas Marcelo
Así en La Habana como en el cielo