Primer plano de una taza de cappuccino: la espumilla de arriba forma un árbol blanquimarrón. No hace falta añadirle cacao o canela, el capuchino romano es fotografiable así, sin sazonar. El árbol de café y leche surge él solito sin ayuda de un diseñador, de un molde, de un aparato sofisticado. Quizá porque parece contener diseño, el capuchino es la modalidad preferida de los visitantes, que desconocen los códigos relativos al universo del café: no es de recibo pedir capuchinos después de la hora de comer. Por la mañama sí; a las 11 o a las 12 aún es lícito hacerlo, pero más tarde de esa hora la ingesta de capuchino le convierte a uno automáticamente en un guiri. Ahí, en esas conductas, es donde se agazapan los códigos: en nosotros está ser o no considerados turistas, pero tendremos la voluntad suficiente como para contentarnos con un mero macchiato ?.
Foto:
Autor anónimo
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(Internet)
Texto:
Mercedes Cebrián
Mercedes Cebrián
Ecfrasis de Roma
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