martes, 9 de noviembre de 2010

Escaparates






Cuando alguien sale a la calle, sabe que lo hace como un actor enfrentado a su propio escenario. Lo primero son las siluetas, los reflejos, y después las sombras, como en un teatro, la ausencia de luz para mirar porque el foco está sobre él mismo, sobre nosotros. Y entonces nos convertimos en maniquíes, en objetos, entonces somos una más de las múltiples piezas olvidadas en un escaparate, porque en los escaparates se muestran los objetos, pero también se olvidan, y con el olvido la oscuridad lo cubre todo y la memoria desaparece: desparecen las peluquerías, las tobilleras, los angelitos, los cuchillotes de castrar y los bragueros, desaparecen los lacitos y muñecos, los perros y los gatos, los relojes, las manos articuladas, los collares y las perchas desnudas. (…)










Cuando un fotógrafo sale a la calle, lo hace para participar del asombro, del exterior, de la noche, de los objetos, y lo hace convencido de que el teatro de la vida es en realidad un banquete para miserables donde de vez en cuando aparecen joyas, tesoros iluminados y pretéritos, que también fueron olvidados: animalitos para la fiesta y el festín nacional, maniquíes vestidos esperando -entre engalanados y divinos- el aval de los ojos del transeúnte, cuando saben que nadie se ocupará de ellos, porque es fin de temporada y toca liquidación. (…)











Cuando un fotógrafo mira un escaparate, lo hace en soledad, en silencio, casi invisible, como un elemento que renace desde el realismo exterior para inventar ficciones. Pero si un fotógrafo encuentra la poesía en un escaparate, sin duda debe tratarse de un caníbal.









Fotos:
Luis Baylón


Texto: 
Javier Ortega



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