
Convencidos de que se morían, Rostislav Jrienko y su mujer Oletchka desmontaban las puertas de todos los pisos donde habían dormido al menos una noche. Las apoyaban sobre cuatro sillas, como si fuera la mesa suplementaria para una celebración en casa y con unas tijeras rayaban una cruz en la cabecera. Luego iban sus nombres: Rostislav, de Teremtsy, 1951. Y Oletchka, 1956. Cuando les llegara la hora, siempre tendrían así una puerta a mano, pues por encima de todo querían cumplir la tradición de sus antepasados, que consistía en presentar el cadáver sobre la puerta de casa para el velatorio.
Rostislav Jrienko, operario de la línea de ferrocarriles, y su mujer Oletchka habían vuelto a Pripyat después de los años. Igual que las lombrices, que durante mucho tiempo se habían ido hacia lo más profundo. Lo habían observado las abuelas de la aldea de Voznesensky. Pero ahora están saliendo. (…) Antes del accidente de la central, Rostislav Jrienko había estado destinado en la estación de Yánov, junto a Pripyat. Trabajó cinco meses de mantenimiento de sistemas eléctricos, hasta que los evacuaron. Estuvieron una temporada alojados en casa de unos familiares de Kiev y luego las autoridades les entregaron un apartamento en Slavutych, la ciudad refugio que se construyó a toda prisa con aportaciones de cada una de las Repúblicas de la Unión Soviética. Edificaron a 38 kilómetros de la central. Eso era demasiado cerca. (…)

Bueno, también adecento mi habitación del Polessia, donde vivo, media docena de macetas con flores quedarían fenómeno. No hay que abandonarse, es ley para la supervivencia. Y los colchones que estén bien se almacenan, los demás se tiran. La verdad, yo tampoco estoy mal del todo. Pripyat empieza a gustarme. Cada vez vamos saliendo más gente del agujero. Acabaremos fundando una vida nueva, así lo veo yo. (…)
Foto 1:
Stephen Wilkes
Foto 2:
Sandro Baliani
Foto 3:
Stanko Abadzic
Foto 4:
Phil Bergerson
Texto:
Javier Sebastian
El ciclista de Chernóbil
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