Las
estaciones estaban llenas de gente con maletas de cartón y bultos
atados con cuerdas de esparto. Hay en la caja de zapatos dónde aún
guardo las fotografías de antes una donde salgo yo con mi madre, los
dos asomados a la ventanilla del vagón. No sé lo que habría detrás
de la cámara, o a los lados, pero miro como si algo se hubiera
apostado a la espalda del fotógrafo y yo la percibiera como una
amenaza. (…)
Mucho
tiempo después descubrí que aquella manera de mirar no era tanto la
del desconcierto ante lo desconocido como la del miedo. Saber a qué
ya no es posible. Es más, de qué serviría saberlo a estas alturas.
El tiempo corre más que aquellos viejos trenes y se ha llevado con
él casi todo lo de entonces. El tiempo se abre para dejar paso a lo
que hacemos. Luego, nos deja solos. Y nosotros a él. Como si fuera
posible, intentamos vivir en sus afueras con lo que el mundo va
dejando en nuestras manos.
Fotos
1 y 4:
Xavier
Miserachs
Fotos
2 y 3:
Francisco
Ontañon
Fotos
5 y 6:
Francesc
Catalá-Roca
Texto:
Tantas
lágrimas han caído desde entonces.


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