Pocas
horas antes de que se le vinieran encima a su vida el espanto y la vergüenza,
Damien North estaba llamando por teléfono a los servicios informáticos de la
facultad, que era una situación en la
que nunca se sentía a gusto. Ese apuro no procedía ni de las relaciones con tal
o cual informático ni del desdén del que hacía profesión la mayoría de sus
colegas en lo referido a la informática, sino de una impresión perturbadora: la
impresión de hallarse cara a cara con los emisarios de una entidad inmaterial y
omnipotente, en otras palabras, de unos ángeles de una variedad nueva, ni de
radiantes ni de revoloteadores, sino, por el contrario, metidos, huraños y
vestidos de negro de arriba abajo, en la madriguera de unos sótanos que olían a
pizza fría y a cerrado, los ángeles de un Dios de fracaso y de rechazo.
Fotos 1 y 3:
Raphaele Godin
Fotos 2 y 4:
William Mebane
Texto:
Alexandre Postel
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