El universo, incómodo, se expande
y, aun a sabiendas de la muerte,
no ha alterado su rumbo el peregrino.
Tal vez una mañana, bajo el árido cielo,
verá alzarse, de pronto, como por milagro,
un torbellino insólito. ¿Sabrá
reconocer el vértigo que esconde
la ecuación de la noche bajo las estrellas?
¿Cómo no oír la música callada
que precede a un latido a punto de apagarse?
Porque las cicatrices ya no duelen; tan
sólo perduran como testimonio,
sin fundamento y sin melancolía,
de esa vieja costumbre que define el
amor.
Foto:
Alberto
García-Alix
Poema:
Jenaro Talens
Libro:
Lo que los ojos
tienen que decir
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