Podría decirse que en la fotografía la realidad
viaja a un espacio imaginado. Es el espacio para el que una mirada poética
crea. Podría decirse –usando a Eliot- que el de la fotografía es un placer
mirón de imágenes que a primera vista no se nos dirigen. Toda imagen suspende
un momento que, al contemplarlo, dispara un antes y un después que emulsionamos
en nuestra memoria. La imagen afirma la presencia de una ausencia: fotografiar para no morir –dirían Blanchot o Foucault- o lo
mortal suspendido en el tiempo de la imagen que es su espacio peculiar. Podría
decirse que el grado de ausencia o presencia de luz induce a una mirada
memorable de lo que ocurre, donde el blanco y negro remite más a un pasado
latente, el color a un presente fugaz.
Fotos y texto:
José María Díaz-Maroto
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