jueves, 6 de agosto de 2015

Una vez en Europa






Antes de florecer, el cáliz verde de la amapola es duro como la cáscara de una almendra. Un día esta cáscara se abre. Tres trozos verdes caen al suelo. No es un hacha lo que la abre, simplemente una bola retorcida de pétalos finos como membranas y arrugados como trapos. 










A medida que se van desarrugando, el color de los trapos cambia del rosa neonatal al escarlata más chillón que se puede encontrar en los campos. Es como si la fuerza que abre el cáliz fuera la necesidad de este rojo de hacerse visible y ser visto.









Foto 1:
Rene Mensen

Fotos 2 y 3:
Antonio Mérida


Texto:
John Berger



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