Desde el tren se miraba el azul infinito del mar. Yo
seguía agotado, desvelado por el vuelo nocturno y transatlántico hasta Roma,
pero sólo contemplar el mar, ese mar Mediterráneo tan infinito y azul, me hacía
olvidarlo todo, aun olvidarme de mí mismo. No sé por qué. No me gusta ir al
mar, ni nadar entre las olas, ni caminar en la playa, ni mucho menos salir en
barco. Me gusta el mar como imagen. Como idea. Como pensamiento. Como parábola
de algo misterioso y a la vez evidente.
Fotos:
Christophe Audebert
Texto:
Eduardo Halfon
No hay comentarios:
Publicar un comentario