el olor de la jara y su tacto pegajoso
en los antebrazos, la frescura
de la piedra en el verano donde apoyar
la frente ardiente, y el recuerdo tenaz
del sueño más alto que ahora cuelga de tí,
hecho jirones, igual que un velo
prendido en los espinos.
Vendrán las horas
de nuevo, como siempre desde entonces,
y aprenderemos tal vez la paciencia
necesaria, el valor preciso
para renacer cada mañana como si nunca
hubiéramos sufrido. Los días, lengua de sal.
La noche, cetro del miedo.
Y no el arrebato
sino la pasión, lucidez del vértigo amenazado.
Foto:
Gonzalo Juanes
Gonzalo Juanes
Juan Manuel Muñoz Aguirre
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