Voy a casa de Pepe y cogemos el coche y salimos a pasear por la sierra de Alcubierre, a lo largo del mítico frente del Ebro. Paramos en mitad del monte. Le hago unas fotos. Pepe cuando posa pone cara de malo. Cierra los puños sin darse cuenta. Corpulento, en mitad de un campo yermo, con las piernas en jarras y un jersey de lana gordo y viejo y botas llenas de barro se integra perfectamente en el paisaje. Hablo del paisaje intelectual y emotivo, el que está pintando últimamente en sus cuadros. Paramos en Farlete a tomar un café. Salimos del coche. Nos recibe un perro. Da media vuelta. En el bar un único cliente, las dueñas, dos chicas jóvenes que están viendo en la tele una película de Carmen Sevilla, y nosotros. No te muevas que te hago un Edward Hopper acodado al mostrador, le digo. La luz del bar es inmensamente triste. Visitar los nombres míticos de la historia resulta inmensamente triste. La guerra civil española es cutre. (…) Que Pepe Cerdá trabaje a partir de fotografías no es casual. La representación fotográfica es por definición el documento de la modernidad.
Obra:
Pepe Cerdá
Pepe Cerdá
Texto:
Antonio Ansón
El arte de la fuga
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