lunes, 26 de octubre de 2009

Polaroids






Luego de ocho años de amor y confianza mutua, hubo un día en que Esteban Odessky tomó una decisión y no la comentó con su esposa. No se trataba de que ella no fuera digna de tal confesión sino que él suponía que no lo tomaría del todo a bien. ¡Aunque cuánta decepción sería que ella lo tomara a bien! A decir verdad, no estaba del todo seguro de la reacción de Leda si él le confesara que deseaba suicidarse. Tal vez ella lo invitaría tomar una cerveza en la Rambla y le palmearía el hombro. O a lo mejor telefonearía a Waldo, su amigo o amante, nunca pudo Esteban dilucidar por completo de qué iba esa relación, y lloraría sobre su hombro o bien le largaría exultante: “¡Somos libres Waldo!”. Las reacciones de una esposa siempre son impredecibles. Por otra parte, si ella reaccionaba como él sospechaba, le propondría suicidarse juntos, y bueno sería, justamente, pasarse toda la eternidad penando juntos cuando ya se habían pasado ocho años uno al lado del otro preguntándose por qué la agitación y por qué la pena. Al menos ella dormía cuando a él se le ocurrió esta salida. Estaba seguro de que si se le hubiera ocurrido semejante cosa estando ella despierta, ella se lo habría leído en los ojos y después lo hubiera seguido por toda la casa chillándole que si tomara un vaso de leche por las noches, que si tomara gránulos de amatista, que si hiciera las posiciones del yoga, que si se determinara a vivir como un ser humano cabeza arriba y no cabeza abajo, dormiría y no se pasaría la noche pensando sandeces.




Foto:
Tiffani Teske




Texto:
Patricia Suarez
Álbum de polaroids


 

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