Era el primer día que había vuelto a hacer lo que quizá nunca debió dejar de hacer, dijeron algunos; el primer día que, de nuevo, como imantado por la fuerza de una antigua preponderancia, había vuelto a saltar de la cama cuando aún estaba oscuro y se había preparado, ahora ya él solo y para él solo, su café negro, muy largo, con sus gruesas rebanadas de pan con miel, y el primer día que, con las primeras luces, como tantas otras veces tiempo atrás, cuando daba la impresión de que la claridad volvía a estrenar las mismas cosas que la víspera había dejado confusas y gastadas, cansinas a más no poder, y así lo iba a hacer siempre, se había vuelto a echar al hombro su chaqueta más raída y el viejo morral de hacía veinte años camino del silencio del río y el trabajo de la huerta.
Foto:
J. Benito
J. Benito
J.A. González Sainz
Ojos que no ven
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