miércoles, 26 de agosto de 2009

El funeral





Cuando fotografié el funeral en Spanish Village, nunca quise interferir en el velatorio. El día anterior me había sentido enfermo del estómago mientras paseaba por los campos que rodean el pueblo. Un hombre me ofreció vino. Yo no quería beber, pero lo acepté para no parecer descortés. Al día siguiente, este hombre se acercó a contarme que su padre había muerto la noche anterior a causa de una gangrena. Querían enterrarlo lo antes posible, así que me preguntó si podía llevarlo al pueblo principal para arreglar los papeles necesarios. Cuando volvimos, lo acerqué a su casa. Pude atisbar el interior de la vivienda: al fondo de la habitación central se desarrollaba una escena enormemente emotiva. Pero no pude decidirme a entrar sin más; simplemente, no era capaz. Me paseé frente a la entrada de la casa atormentándome: sabía que en el interior había una fotografía importante y significativa en relación al resto de la serie. Sin embargo, sentí que no tenía ningún derecho a entrometerme en un suceso así. Y sabía que muchos fotógrafos no habrían dudado en entrar sin más, aunque no sé si esos fotógrafos habrían conseguido una buena instantánea, porque probablemente habrían incomodado a las personas que velaban al difunto. Me quedé fuera un momento. Al rato, vi salir al hombre y, sin pensarlo, lo abordé y le pregunté: «Señor, no quiero de ninguna manera faltar el respeto a su padre, pero ¿sería demasiado atrevimiento preguntarle si puedo entrar en su casa y fotografiarle?». «Por favor, entre. Es un honor», me respondió. Entonces, entré acompañado de mi ayudante. La única luz existente provenía de una vela colocada a un metro sobre la cabeza del fallecido. Todos vestían de negro, de modo que era muy complicado conseguir una buena exposición. (...) Me habría encantado quedarme y disparar un par de rollos, pero en ese momento vi al hijo del fallecido en la entrada, mirando. Indiqué con gestos a mi asistente que se colocara en la otra entrada, de manera que pudieran verse los dolientes que había en la otra habitación, así como el hijo del difunto en la puerta. Tomamos una foto más y salí de allí. En todo ese tiempo no dije ni una palabra y siempre he pensado que no creé demasiadas molestias. Muchas de estas delicadas situaciones pueden llegar a buen puerto con cuidado, sensibilidad y educación. En otros momentos, sin embargo, he sabido desde el primer instante que ni siquiera sacaría la cámara, porque no hay fotografía que justifique el malestar de las personas implicadas en ella.




Foto y texto :
Eugene Smith




No hay comentarios: