
Hay una forma preciosa de fijar el tiempo.
Convergen en ella todas las vidas que has
soñado, las vidas que habitaste, la evocación
del placer, el alba que sorprende. Mira esa
fotografía: se abre paso la luz entre las líneas
despobladas de un mundo que alberga la
intimidad de los fantasmas, deja en el centro
la quietud, el perfil de un cuerpo desnudo,
una imagen de deseo.
Pero antes de alcanzar su dimensión de símbolo,
como el frío y la ceniza dispersa,
puede el tiempo convertirse en escenario. Su
arquitectura secreta nos envuelve y somos,
entonces, figuras inmóviles o cambiantes,
regidas por su ley. Y sin poder llegar al otro
lado del espejo, compartimos un teatro de
sombras.
Foto:
Alberto García-Alix
Texto:
Antonio Jiménez Millán
No hay comentarios:
Publicar un comentario