
Vicente Carrillo Fowler llegaba a su casa, casi invariablemente, a las cinco de la tarde, después de haber recorrido los quince kilómetros y haberse detenido en los tres semáforos que separaban la urbanización con control de entrada y club deportivo en la que residía dela fábrica de virutas de corcho donde ejercía como subdirector jurídico. A medida que se iba aproximando, una sensación de angustia, de vacío inquieto le asediaba el pensamiento, mientras los músculos y las articulaciones recibían el mensaje de desconexión que transformaba su tensión profesional en un estado de armonía transitoria. (...)
A esa hora su chalet solía estar deshabitado. (...) Después de haber desactivado la alarma desanudaba su corbata a pintas, revoleaba los zapatos en el vestidor y recorría inútilmente la planta de los dormitorios a la busca de alguien a quien saludar.
Foto:
Sarah Anne Johnson
Texto:
José Eduardo Tornay
Los dueños del ritmo
A esa hora su chalet solía estar deshabitado. (...) Después de haber desactivado la alarma desanudaba su corbata a pintas, revoleaba los zapatos en el vestidor y recorría inútilmente la planta de los dormitorios a la busca de alguien a quien saludar.
Foto:
Sarah Anne Johnson
Texto:
José Eduardo Tornay
Los dueños del ritmo
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